Por Ricardo
Horvath
Comenzaremos con
una definición del filósofo y tanguero argentino Mario Friero Pombo: “La
esencia misma del tango lo hace un producto cultural del pueblo y no de la cultura
de masas”.
“Cultura es
aquello que no se olvida”, dice un proverbio popular japonés. Es decir, apunta
a la memoria, refiere a mantener en nuestra conciencia aquello que ha creado el
pueblo en el pasado y que se mantiene como legado. La cultura no es una
creación individual sino colectiva.
Alfredo Poviña
en su Teoría del
folklore recoge varias definiciones en torno a la
creación popular. Así recuerda que Lucio Mendieta y Núñez señala que “el
folklore es la cultura empírica de las sociedades humanas” y también menciona a
Teléforo de Aranzandi quien escribe que “folklore es el estudio mismo de lo que
piensa, siente y hace el pueblo”, de todo lo cual despende Néstor Lemos, en su
libro Folklore y
filosofía, que “toda creación genuinamente
folklórica tiene, filosóficamente considerada, origen materialista”. Y cerrando
el círculo, el prácticamente desconocido entre nosotros, siendo uno de los
músicos más famosos del mundo, nos referimos a Mauricio Kagel que en este mes
de julio de 2006 está siendo homenajeado en su patria, ha dicho que “la música
es un arte realista”. Sostenemos esas posturas.
Estamos, pues,
reuniendo a una serie de elementos que nos llevarán inexorablemente al tango.
Dice el maestro Kagel: “Yo me llevé de la Buenos Aires de los
años 50 la pasión, el apetito por la cultura. También la melancolía del
paisaje, los aromas, la lluvia, el tango. Tengo recuerdos que sobreviven hasta
hoy mismo muy dentro de mi. Son emociones acumuladas y largamente archivadas de
sonidos, perfumes e imágenes. Es un mundo en reserva, mi armario de seguridad.
Es uno de los puntales básicos en la conformación de mi identidad”.
Lo folklórico –y
de eso se trata el tango– pertenece a lo que Lemos denomina creación sensorial, es decir, sin doctrina, sin teoría. La cultura libresca, luego,
toma el hecho colectivo, que se difundió por los trovadores de boca en boca, de
generación en generación, y teoriza sobre él cuando ya el pueblo, en su
conjunto, ha tomado posesión del
acontecer colectivo y los autores y compositores, sin distinción de clases, se
apropian del hecho cultural.
Está claro en el
tango cuando en 1910, durante los fastos del centenario, la oligarquía festeja
el acontecimiento haciendo interpretar en la Plaza de Mayo, ante delegaciones extranjeras, el
tango Independencia de José Bevilacqua cuando el tango hasta hacía pocos años antes
venía siendo denostado como “reptil de lupanar”. Y luego también sería
prohibido y censurado por los reaccionarios de siempre.
Para redondear
el concepto, sigamos a Lemos cuando escribe: “Mientras el mensaje de la
creación ‘personal’ se mantiene inalterable, la elaboración cultural colectiva
está en permanente modificación, en ininterrumpido proceso de perfeccionamiento
a través de generaciones y paisajes: el tango, como composición musical típica, varía de generación en generación y viaja, ahora, por la mayoría
de los países civilizados, buscando el nivel de las danzas más universales y
jerarquizadas de la época; en cambio, ‘Caminito’ de Juan de Dios Filiberto, es
un tango que, como toda obra personal, nació sedimentado y así supervive a su
autor”.
Podríamos
extendernos en estas consideraciones en torno al nacimiento de la música como
hecho improvisado por el hombre primitivo y su posterior desarrollo como muy
bien nos explica el gran musicólogo argentino Néstor Ortiz Oderigo –un maldito
para la élite culturosa que lo ha ignorado–. Escribe Oderigo que “debido a ese
factor (se refiere a la improvisación), a su carácter dinámico, puede decirse
que los cantos de labor se hallan en constante formación. Difícilmente se
encuentren dos veces en forma idéntica. Al pasar de boca en boca; al deslizarse
de cabaña en cabaña; al difundirse de zona en zona, nuevos versos y variaciones musicales son siempre agregados.
Muchas veces, estas variaciones llegan a independizarse tanto de la canción que
les dio origen, que virtualmente constituyen nuevas creaciones”.
Y ese es el
origen del tango, una creación colectiva surgida de una mezcla de ritmos y
cantos, de razas y culturas, un producto
propio de la hibridez de la cultura de Nuestra América, como nos definió José
Martí.
¿Y el fútbol?
Aunque los
ingleses intentaron apropiarse de su creación –siempre fueron piratas– también
ese deporte tuvo sus orígenes en un remoto pasado y dialécticamente se fue
transformando hasta que en Inglaterra se crearon leyes que quisieron
constreñirlo, enmarcarlo, pero la realidad viene obligando constantemente a
esos hombres sabios a modificar los reglamentos, como ocurriera cuando un
habilidoso jugador se le ocurrió hacer un gol desde el tiro de esquina o cuando
el amarretismo de goles modificó la cantidad de defensores delante del arquero
para convalidar el tanto sin considerar al atacante fuera de juego. Y así
tantas otras modificaciones, como la posibilidad de cambiar jugadores durante
el transcurso del partido, cosa que en el hermoso fútbol del pasado no ocurría.
Y de tal modo producir una diferencia entre tango y fútbol: mientras el primero
se embelleció y enriqueció el segundo perdió brillo y belleza. Se empobreció.
Los
viejos, el tango y otras yerbas
Hoy día
–en todos los ámbitos– los viejos parecen ser inútiles pese a que la ciencia
está destruyendo prejuicios sobre los mayores.
Escribe
Ricardo Iacub, sicólogo especialista en mediana edad y vejez (Clarín 5/4/06): “Nada parece indicar claramente qué significa haber
envejecido en cada rol laboral. Indudablemente, no significa lo mismo ser
futbolista o bailarín que investigador o docente universitario a la hora de
pensar la noción de edad y sus implicancias en el desarrollo de cada tarea.
(...) Hay muy poca diferencia en las funciones intelectuales a lo largo de la
adultez, excepto en temas de velocidad y tiempo de reacción”.
No
obstante la opinión de los especialistas, el viejo es denigrado en esta
sociedad manejada por los denominados yuppies, soberbios personajes que el
neoliberalismo ha lanzado al mercado incluso ocupando cargos en lugares donde
se suele pregonar otras cosas.
Según
una encuesta realizada en nuestro país, un 35,4% de los argentinos urbanos
tiene una actitud de rechazo hacia la vejez y un 29,8% no la valora y sólo el
27% asoció esta edad con la sabiduría y la experiencia. Sin embargo, son cada
vez más los adultos mayores que contra todos los prejuicios, propios y ajenos,
salen a ponerle el alma y el cuerpo a proyectos nuevos, a luchar en las calles,
a encarar investigaciones y dirigir emprendimientos. Eso había ocurrido hasta
hace poco aquí, pero hoy pareciera ser que los viejos están de más. Pareciera
ser que ha triunfado esa concepción publicitaria que dice que el tango es cosa
de viejos. Un concepto que hace que en radio y televisión no exista el tango
precisamente porque al ser cosa de viejos, no hay que brindar publicidad a esos
programas porque el viejo no consume y por lo tanto no hay que auspiciar esos
ciclos. Política tanto gubernamental como privada.
Esa
concepción nos lleva a un doble error: no valorar como corresponde
investigaciones como la de tango y fútbol., por ejemplo.
Respetamos
todos los ritmos musicales del mundo (en especial el nuestro y lo latinoamericano),
pero entendemos que debemos defender lo que hace a nuestra cultura nacional y
popular, precisamente en esta etapa histórica en que todos los trabajadores de
la cultura debemos proponer y accionar para que la memoria de nuestro pueblo no
se pierda. Que no se olvide, que no se quede en el basurero de la historia como
nos ha ocurrido reiteradamente a los argentinos en estos dos siglos que
cumplimos. En eso estamos muchos ante la desmemoria generalizada, los
argumentos posmodernos del pragmatismo, los vaivenes del llamado “progresismo”,
los burócratas de turno y sus agentes incrustados en el movimiento popular, del
eterno “no te metás” argentino, del pansista acomodaticio, y la mediocridad que
nos acosa desde ciertos cargos. En momentos en que el sistema termina por
cooptar a intelectuales adaptables a
todo terreno, capaces de insertarse en
cargos oficiales para ofrecer en los servicios culturales ideas pret-a-porter
como dice el intelectual español Toni Puig Picart, es decir, simple moda, show,
souvenir para turistas, superficialidad, farándula, pura fachada sin contenido
dejando de lado el servicio cultural que es transmisión de significado y no
difusión (si lo sabrán los habitantes de Buenos Aires víctimas del macrismo).
Ya que, si es difusión, es simple espectáculo comercial, es decir, espejitos de
colores, degradación, desmemoria. Los senderos de la gestión cultural son los
de la libertad de expresión, los de la creación, que encierra los sueños e
imaginarios colectivos, el capital simbólico que nada tiene que ver con el
negocio del megaevento y el show de humo y lentejuelas. La televisión de hoy es
pura basura.
No es
simple casualidad que hoy aquellos jóvenes volcados al rock ahora regresen a
las fuentes: Juan Carlos Baglietto canta tangos, Daniel Melingo canta tangos,
Celeste Carballo canta tangos, Alberto Spinetta canta tangos, María Rosa Yorio
canta tangos, Andrés Calamaro canta tantos, Litto Nebbia produce discos de
tango y los canta.
Ocurre,
además, que se toman medidas arbitrarias e inconsultas en momentos en que en
América Latina comienza a discutirse el
rol de los viejos. Precisamente en su edición del 2 de julio de este año
el diario La Nación plantea que se está ante un nuevo escenario que es el regreso de
los viejos. Esto trae el desafío de la integración ya que la convivencia de
varias generaciones puede aportar valor a la empresa, dice el oligárquico
matutino. Lo notable es que mientras el sistema capitalista requiere la vuelta
de los viejos, en los sectores progresistas y democráticos se los margina. En
la yanqui IBM de Argentina se están planteando que “el problema de la madurez
de los trabajadores radica en que al jubilarse la gente se lleva consigo el
conocimiento, y como las compañías no tienen identificadas las habilidades clave,
no pueden hacer un plan concreto. Todo indica que dentro de algunos años esto
será una dificultad para la región. La Argentina es la que peor está: para 2025
tendremos el 20% de la fuerza laboral con más de 60 años”.
El tango
–que suele ser sabio– nos habla del esceptisismo del porteño que sabe que el
mundo fue y será una porquería, que al mundo le falta un tornillo, que todo se
compra con dinero y que se suele vivir de rodillas o manoseao. Esta ha sido mi
descarga
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