6 mar 2014

Canallas, canallitas y canalladas del periodismo

Por Ricardo Horvath

El periodismo argentino, en general, es opositor con los gobiernos constitucionales y es oficialista con los regímenes militares”.

Ariel Delgado
Revista El Porteño, octubre de 1983

Hay varias afirmaciones que definen al periodismo en forma clara y terminante. Heinz Dieterich dice de la prensa que son “monopolios de adoctrinación”, Antonio Tabucchi asegura que se trata de “medios de convicción”, Noam Chomsky entiende que los medios de comunicación son una industria de relaciones públicas de la élite industrial y política. Según Lenin, “la burguesía entendía por libertad de prensa la libertad de los ricos de publicar periódicos, el acaparamiento de la libertad por los capitalistas, que condujo por doquier en todos los países, sin exceptuar los más libres, a la venalidad de la prensa”. Se puede argüir que la última se trata de una visión parcial ya que proviene de un marxista. Sin embargo, son muchos los empresarios capitalistas que confesaron públicamente sus opiniones en forma coincidente. Algunos ejemplos: a principios del siglo XX Karl Bücher definía al periódico como un texto que se redacta para vender espacio publicitario; Lord Nordcliffe, un magnate de la prensa inglesa de la misma época, aseguraba que “Dios enseñó a los hombres la lectura para que yo pueda decirles a quién deben amar, a quién deben odiar y lo que deben pensar”; Louis Molle, editor del Washington Daily, se preguntaba acerca de quién disfrutaba de la libertad de prensa y se respondía que eran “los propietarios de los periódicos y sus semejantes”. W. A. Withe, que fuera presidente de la Asociación de Editores de Estados Unidos, afirmó sin empacho que “el periodismo era en otro tiempo una vocación elevada, hoy es una industria, una inversión al 8% (...) la industria del periodismo es un negocio y nada más”, en coincidencia con Lord Thompson al reconocer: “Yo compro periódicos para ganar dinero, y así poder comprar más periódicos para ganar más dinero”. Con posterioridad, ya en 1965, el liberal alemán Paul Sethe escribía que  “la libertad de expresión es la libertad de 200 ricos a difundir su opinión”. En los ‘80 el economista y comunicólogo norteamericano Herbert I. Schiller era terminante: “Hoy el imperialismo de los medios de comunicación es indistinguible del imperialismo. Ahora incorpora una parte vital de la economía, así como también la esencia cultural del imperialismo”.
Para no prolongar esta presentación de la nota que nos han propuesto, y ante la claridad del significado de la prensa y el periodismo en la sociedad capitalista, nos preguntamos: ¿vale la pena analizar lo que hizo la prensa desde 1976 o realizar algo más práctico y simplemente reproducir algo de lo escrito por entonces en lo que pasó a llamarse la prensa canalla? Debe quedar en claro que tras la caída del régimen militar la prensa y los periodistas canallas se transformaron en voceros de la “democracia”, seres “objetivos” e “independientes”. Al respecto una reflexión de José Saramago: “Ningún trabajo es independiente, y no se puede hablar de la independencia del periodista. Al igual que en 1482 se llegó a la conclusión de que era imposible la cuadratura del círculo, hoy se llega a la conclusión de que es imposible la objetividad”.
Mensajes y mensajeros
Bernardo Neustadt en revista Extra, abril de 1976:
“Restaurar la armónica convivencia, dando gracias a Dios de que el pronunciamiento del 24 –suena mal eso de golpe– se haya conseguido sin derramamiento de sangre argentina”.

 
Revista Gente, firmado “un amigo”, 16 de diciembre de 1977:
“Después del 24 de marzo de 1976, usted sintió un alivio, sintió que retornaba el orden. Que todo el cuerpo social enfermo recibía una transfusión de sangre salvadora”.
La familia Vigil era la propietaria de esta revista, y entre sus redactores “estrella” se encontraban Samuel “Chiche” Gelblung y Reneé Sallas.
Revista La Semana de Editorial Perfil, febrero de 1977:
“Cambio 16 es una revista semanal que se publica en Madrid. Su tendencia puede calificarse de izquierdista y su material orilla en algunas ocasiones la apología de la violencia (...) Como es obvio sus notas se ocupan prolijamente de hostilizar al actual gobierno y la prédica se centra en un tema de gran consumo en Europa: el de los derechos humanos”. Director, editor, propietario: Jorge Fontevecchia.
Radiolandia 2000, marzo de 1979:
“Los mismos que se sintieron más argentinos con el triunfo de nuestro equipo en el mundial están dispuestos a aplaudir los resultados positivos del proceso. Sus expectativas son bastante concretas: paz, bienestar para todos, orden, libertad, seguridad, trabajo, salarios dignos y estabilidad”. La revista pertenecía a la Editorial Abril, por entonces en manos de la logia italiana P-2, vinculada a Massera y la marina.
Revista Somos, 25 de abril de 1980:
“Testimonio. De La Habana a Moscú entre custodias, preguntas y miedo. Enrique Vázquez, secretario de redacción de SOMOS, viajó a Lima para cubrir el caso de los refugiados cubanos. Luego, con una visa de 72 horas, intentó entrar en la Habana. Allí fue detenido e interrogado durante más de 3 horas. No sólo no le permitieron entrar: lo obligaron a seguir viaje a Moscú, donde también pasó momentos difíciles. Este es su testimonio: un reflejo fiel de la vida en el mundo comunista, recogido a lo largo de un viaje de 30 mil kilómetros”. La nota concluía así: “Pero estoy seguro de que si de algo me sirvió la experiencia, es para reconocer cuándo, cómo y dónde puedo ser libre. Y disfrutar la libertad”. Sí, Enrique Vázquez, el mismo posterior –y todavía– fanático alfonsinista.
Diario La Razón, 27 de marzo de 1976:
“Quien conoce el pensamiento de estos hombres de armas sabe que no vienen a perseguir a nadie (...) Las Fuerzas Armadas saben perfectamente que lo suyo es una misión de reordenamiento y reparación de la República”.
Diario Clarín, 24 de marzo de 1976:
“Es la culminación de un largo proceso, durante el cual los mandos castrenses decidieron prepararse para dar este trascendente paso, en caso de que el proceso tomase un rumbo que pusiera en peligro la integridad nacional”.
Mariano Grondona en El Cronista Comercial, setiembre de 1979:
“Por creer que el derecho a la seguridad es un derecho humano que el Estado debe proteger, los argentinos recibimos hoy la visita de la CIDH. Esto es lo malo. Que está aquí porque somos derechos y humanos”.



La Nación, 23 de junio de 1978:
“La verdadera Argentina también es noticia. Más de trescientas entidades de diverso carácter han resuelto coordinar una acción que contrarreste la insidiosa campaña que contra nuestro país llevan en el exterior sectores vinculados con el extremismo internacional que hallan eco inusual en algunos medios de difusión”.
Hugo Gambini en La Opinión, 5 de noviembre de 1978:
“Al dialogar con el ministro del interior le he preguntado todo lo que se me ocurrió preguntarle, y él contestó, sin tachar una coma. Se puede ejercer más la libertad de prensa de lo que la gente  cree”.
Con nombre y apellido
En los registros de la CONADEP son mencionados diversos periodistas vinculados a los actos vandálicos de la dictadura. Por ejemplo: Víctor Lapegna, Luis María Castellanos y Guillermo Aronín. A ellos habría que sumar a Héctor Sayago, Edgardo Arribillaga y Héctor del Mar, todos hombres de Massera. Digamos por otra parte que Julio Lagos se ocupaba de oficiar de locutor de la publicidad del gobernador de la provincia de Buenos Aires Ibérico Saint-Jean, cuyo jefe de policía era Ramón Camps; José María Muñoz incitada a su oyentes para que fueran a gritarle a las Madres de Plaza de Mayo frente al edificio de la OEA “que los argentinos somos derechos y humanos”. Después del triunfo futbolístico del mundial ‘78, Videla es reporteado por la plana mayor de la revista El Gráfico, su director Constancio C. Vigil y su jefe de redacción Ernesto Cherquis Bialo, quienes confiesan “lo placentera” que fue la entrevista y que “frente a él nos sentimos bien”. Por ese tiempo la revista Siete Días escribía que “ha llegado el momento en el que  cada uno de los argentinos debemos levantar la voz en defensa de nuestro país para que en el mundo nos oigan claramente”, a la vez que mencionaba a Julio Cortázar, Norman Briski, Tata Cedrón y otros exiliados como agentes subversivos que integraban una Red Antiargentina. Otro “demócrata”, Ramiro de Casabellas,  buchoneaba desde La Opinión  (31/10/76) a dignísimos abogados exiliados como Lucio Garzón Maceda y Gustavo Roca, en algún momento defensores de Agustín Tosco. En el mismo diario Luis Gregorich, al referirse al “gobierno” surgido en 1976, señalaba que postulaba “la defensa del pluralismo y de la organización democrática de la sociedad” (24/8/76). Entre otros canallas se puede citar a Horacio Carballal, censor oficial en Canal 9; Claudio Escribano, luego subdirector de La Nación, quien en 1981 pronunció en la Asamblea de la SIP un discurso para descalificar las denuncias que venía realizando Jacobo Timerman a quien habían torturado y despojado del diario La Opinión; Daniel Mendoza, José Gómez Fuentes, Nicolás Kasanzew, fueron las caras visibles de la dictadura en tiempos de Malvinas, junto a quienes no daban la cara pues dirigían los noticieros como Luis Clur, Abel Maloney y tantos otros. Con la televisión de la dictadura colaboraban Fernando Niembro y Marcelo Araujo contratando a falsos “héroes” yanquis de las series de entonces, como el caso de Lou Ferrigno, “el hombre verde”. Julio Ramos se enriqueció al crear el diario Ámbito Financiero (apodado “filibustero”), luego firme menemista. En 1977 Aldo Proietto, colaborador del general Etchegoyen desde la dirección de prensa de la provincia del Chubut, con Daniel Garzón se hicieron cargo del aparato de prensa del EAM ‘78 que dirigía el almirante Lacoste. Garzón pasó a llamarse Galotto y con Proietto fueron parte de El Gráfico.
Hugo Ezequiel Lezama, elogiado por Camps, dirigía el diario Convicción, creado para la continuidad del “proceso”; en Tucumán Antonio Domingo Bussi le entregaba a Joaquín Morales Solá un pergamino en el que agradecía “su colaboración en la lucha contra la subversión”; en Santa Fe el apologista militar Evaristo Monti se apropió de un niño cuando la madre debió exiliarse; Vicente Massot, del reaccionario diario La Nueva Provincia de Bahía Blanca, era otro fervoroso golpista; Félix Luna y el editor de Todo es Historia, Emilio Perina (en realidad Moisés Kostantinowsky), pusieron la publicación al servicio de José Martínez de Hoz (además se le editaba un pasquín llamado Precisiones que escribía José Gobello, por entonces columnista de los noticieros de Canal 11). Carlos Acuña Ramos Mejía, luego columnista apologético de Seineldín en La Prensa, era presidente del directorio de la agencia oficial de noticias Telam durante la dictadura; el escriba menemista Carlos Tórtora fue en los ‘70 integrante de la Concentración Nacional Universitaria, hombre de López Rega y después de Massera, de quien fue asesor en materia de prensa y comunicación social, y redactor de los discursos de Ramón Camps; Guillermo Cherasny, recientemente candidato payasesco a la jefatura de gobierno de la ciudad de Buenos Aires, era informante oficial de la marina...


El listado de estas “joyitas” del periodismo es interminable y el asco obliga a interrumpir el relato, por ahora. Vale, no obstante, cerrar con Carlos Varela, como Grondona dueño de algunas hectáreas en la rica pampa bonaerense, quien también supo tener alguna expresión autocrítica al confesar, en 1995, que en aquella época “amoldaba mi mensaje a lo que sabía y a lo que se podía decir (...) Aparecían todos los días quince muertos envueltos en lonas y yo era periodista y no puedo decir hoy que no sabía lo que pasaba. O sabías o no eras periodista”. ¿Periodista? Tarde piaste.

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