Tango: la musa del desencanto
I) Introducción: ser porteño
“Miremos este espejo bruñido y reluciente,
sin el
engrupe falso de una mentira más...
Y vamos
a encontrarnos, con toda nuestra gente
mirándonos por dentro, sin ropa y sin disfraz.
Eladia Blázquez (“Somos como somos”)
Según los datos del mes de
octubre de 2000 que aporta la Encuesta Permanente de Hogares del INDEC, el 13
por cierto de la gente que vive en la Capital Federal
nació en otro país. En el Gran Buenos Aires los extranjeros representan el 16
por ciento de la población. Se sabe que la migración interna hacia Buenos Aires
es constante, permanente, desde los tiempos de la gran crisis económica de
1929, acrecentada con la importante industrialización producida en el país
durante los años de la
Segunda Guerra Mundial.
Se dice ya como una rutina que
“los argentinos bajaron de los barcos”. Entonces ¿existen los
porteños?, ¿quiénes son?, ¿cómo son?.
Desde el tango, en los años 80 nos responde Eladia Blázquez: “Como somos.../
sensibleros, bonachones,/ compradores de buzones/ por creer en el amor.../ Como
somos.../ con tendencia al melodrama/ y a enredarnos en la trama/ por vivir en
la ficción./ Tal...como somos./ Como un niño acobardado/ con el andar gastado,/
por temor a echarse a andar.../ Chantas
y en el fondo solidarios,/ más al fondo muy otarios/ y muy piolas más acá/
(...) Nos gusta hacer las leyes/ después crear la trampa,/ tirando por la
rampa, las tangas a rendir./ Cargar a voz de cuello y protestar bajito/
prefabricando mitos, para poder vivir./ Nos gusta sobretodo,/ comer a dos
carrillos.../ rociando con tintillo, la gris preocupación/ y así mancomunados
hacemos con unción,/ el culto más sagrado, a la manducación...” .
En “El argentino feo” (Editorial Losada,1995), Orlando D’Adamo y
Virginia García Beaudoux señalan que entre las características encontradas a
partir de su investigación en países americanos y las opiniones de viajeros,
poetas, filósofos, escritores, etcétera, somos: “ostentosos, pretenciosos,
cursis, plagiadores, nada originales, ridículos, pueriles, esnobs,
aspaventosos, enfáticos, narcisistas, soberbios, carentes de fluidez y con
exceso de empaque, egoístas, vanidosos, sobradores ‘cachadores’, pedantes,
creídos, ególatras, antipáticos, discutidores, prepotentes, hospitalarios,
pobres, sumisos, subdesarrollados, inestables, alegres, quejosos, amigos,
exitistas, agresivos y petulantes”. ¿Nada más?.
Muchísimo más, claro, y durante
casi toda la historia del país si se
lee a diversos personajes que nos visitaron y conocieron. Por ejemplo
Charles Darwin, de quien se afirma dijo sobre nosotros que “los habitantes
respetables del país ayudan al delincuente a escapar, parecería que piensan que
el hombre ha pecado contra el gobierno y no contra el pueblo”, o del estadista francés
Georges Clemenceau y su dictamen cuasi definitivo: “Argentina crece gracias a
que sus políticos y gobernantes dejan de robar cuando duermen”. Al respecto hay
que recordar la famosa frase del filósofo menemista Luis Barrionuevo que
aseguró que todo se solucionaría “dejando de robar por dos años”. No fue
debidamente escuchado, por sus propios compañeros y, aparentemente, se siguió
respetando la frase del actor mexicano Mario Moreno (Cantinflas) quien señaló
que “La Argentina
está compuesta por millones de habitantes que quieren hundirla, pero no lo
logran”. A su vez el dramaturgo español Jacinto Benavente respondió sobre
nosotros: “¿Qué pienso de los argentinos? Armen la única palabra posible con
las letras que forman la palabra argentino”. Algunos llegaron a la conclusión
que solamente se podía formar la palabra “ignorante”. ¿Nada más? . Parece que
todavía hay mucho más por decir de los argentinos. Según los autores de “El argentino feo” hemos sido “ciclotímicamente,
confiados en exceso o desconfiados en demasía, desaprensivos, gastadores a
cuenta, seguros, oportunistas, faltos de memoria, negadores y autoritarios.
(...)Los argentinos, con la vista orientada durante tanto tiempo hacia Europa,
no se habrían detenido a pensar demasiado en el propio continente.(...) El
autoritarismo subyace en nuestra
sociedad y en quienes la componemos, constituyendo un verdadero patrón de
conductas y actitudes de las cuales el ‘argentino feo’ no es otro uno de sus
más logrados exponentes”. La cuestión es compleja y desvela a muchos. Apenas
entrado el siglo XXI Marcos Aguinis parece preocupado por la cruel paradoja de
ser argentino y escribe un libro al que titula “El atroz encanto de ser
argentino”. Toda una definición.
II) Origen y desarrollo de
la ciudad del tango (1880/1918)
“El arte se nutre siempre (...) del absoluto de
su época (...)
los artistas no pueden sustraerse
a la gravitación política.”
José Carlos Mariátegui
En
general se suele dividir la historia del tango en grandes etapas (la guardia
vieja, la guardia nueva, la década del 40, la vanguardia), desvinculando su
origen y desarrollo de la situación económico - social del país y el mundo.
Separando al artista del medio en que vive y desarrolla su accionar,
colocándolo en un parnaso ubicado fuera de la realidad, despolitizándolo. No
acordamos con esta postura: se canta opinando y lo que se supone apolítico es
también una postura política. Se nos ocurre pensar que para escribir una
historia del tango o de la música popular en general, primero corresponde
ubicarse en el contexto general de la estructura del país, en el desarrollo de
sus fuerzas productivas, las leyes generales de cada etapa de la humanidad y
específicamente de la
Argentina, para después, desde ahí, entrar en el análisis parcial siguiendo sus
etapas cronológicas. Que son propias del desarrollo dialéctico de la actividad
humana ya que “todo fluye” y nada sale de la nada.
Don
Alfredo Llanos en “Introducción a la dialéctica” afirma que “el método
dialéctico considera a la naturaleza no como una acumulación accidental de
objetos, de fenómenos separados entre sí, aislados e independientes los unos de
los otros, sino como un todo unitario, coherente, donde los objetos están
orgánicamente ligados entre sí, dependen unos de otros y se condicionan de
manera recíproca. La dialéctica
considera a la naturaleza no en estado de reposo e inmovilidad sino en
movimiento y cambios perpetuos, de renovación y
desarrollo incesantes donde siempre algo nace y se desarrolla, algo
decae y desaparece”.
El
origen del tango se inserta en una Argentina que nace como Nación tras la caída
de Rosas. Las clases dirigentes sellan la “unidad nacional”, así, entre
comillas, en Pavón. Es la unidad nacional de la burguesía comercial de la
ciudad y de la oligarquía de Buenos Aires y el litoral: son los que se quedan con el negocio de los saladeros y la
exportación de carnes y cueros. Es la única explicación posible para entender
el triunfo de Urquiza y el insólito retiro a su estancia dejándole el campo
orégano a Mitre. Se decide de esta manera la suerte interna del país en la
etapa de consolidación mundial del capitalismo en su etapa imperialista. La
“república” se sujeta a las leyes internacionales para ser una simple factoría
de Inglaterra eliminando a las economías del interior. Todo gracias al libre
mercado. No había capacidad ni ambición, ni interés de clase para desarrollar
una industria nacional autónoma, independiente. Al que tímidamente lo intentara
— Paraguay— había que darle el condigno castigo. Así se produce la guerra de la Triple Alianza
ordenada desde Londres. La prosperidad nacional, entonces, consistía en
producir para vender en el mercado mundial materia primas por un lado y comprar
manufacturas por otro. Endeudarse con la banca inglesa formaba parte del
proyecto. Los hechos concretos lo demuestran. También las palabras, por ejemplo
del presidente Avellaneda en 1877: “ahorrar sobre el hambre y la sed del pueblo
para pagar a los acreedores extranjeros”. Y están las denuncias de Alberdi: ”La América del Sud,
emancipada de España, gira bajo el yugo de su deuda pública. San Martín y
Bolívar le dieron su independencia, los imitadores modernos de esos modelos la
han puesto bajo el yugo de Londres”.
Un
informe de las condiciones financieras y comerciales de nuestro país realizado
en 1866 por el secretario de legación de su Majestad Británica en Buenos Aires
y presentado ante el Parlamento inglés suministra datos para conocer la estructura socioeconómica nacional: había
en la Argentina
“1.400.000 habitantes, para una superficie de la que sólo su mitad excede al tamaño de Inglaterra, Irlanda,
Francia y España juntas. Había dos habitantes por milla cuadrada, es decir, el
país estaba desierto. Lanas lavadas y sin lavar. Cueros, sebos, grasa, huesos,
carne salada, eran sus principales exportaciones. Inglaterra ocupaba el primer
puesto en el comercio exterior del país,
y más de la mitad del valor de los importado desde Gran Bretaña consistía en
tejidos, sedas, artículos de hilo, ropa hecha, té, artículos de talabartería,
cerveza, todo lo cual indica el atraso — mejor dicho, la inexistencia— de
industria nacional del tipo más elemental. Lo cual no impedía que se le
debieran a Inglaterra 13 millones de pesos fuertes. Y además, de cada 100
millones de pesos papel 14 pertenecían a ingleses e irlandeses” (Milcíades
Peña: ”De Mitre a Roca”).
Un
país sin habitantes (en la denominada “conquista del desierto” fueron
asesinados 250.000 hombres, mujeres y niños) necesitaba crear un proyecto de
nación . De eso se ocuparía la denominada generación del 37 en medio de una
disputa intelectual que llegó a ser feroz aunque la mayoría de sus
representantes terminaban coincidiendo —una vez instalados en el gobierno— con
seguir la política dependiente del Imperio. Y así lo hicieron tanto Avellaneda,
Sarmiento como Mitre y Roca. El gobierno
de Mitre transcurre bajo el estado de sitio, con fusilamientos y persecuciones
contra los opositores a la decisión de guerrear al Paraguay (de paso digamos
que muchos negros fueron liquidados
entonces o se ocultaron en el Uruguay y otros más tarde habrían de morir en la
epidemia de fiebre amarilla diluyéndose entonces su rol en el origen del tango.
¿ A quién le podía interesar los hechos culturales de esos marginales del
sistema?. Por entonces aparece entre las tropas militares el primer
“bandolión”, luego denominado bandoneón).
El
Estado oligárquico se consolida en las últimas décadas del siglo XIX: se unifican las fuerzas armadas, se crea el
servicio militar obligatorio, hay una cooptación de la intelectualidad que se
suma a la lograda con respecto a las burguesías provinciales, se tiene también
el control de la educación, se unifica el sistema monetario y se crea el
sistema ministerial. “En lo que respecta al dominio territorial efectivo, el
Estado ya podía desplegar su poder de coerción y su capacidad de control sobre
todo el territorio nacional con relativa facilidad. Por otra parte, la
federalización de Buenos Aires le quitaba base a la rivalidad del Estado provincial
y le proporcionaba, en la ciudad de Buenos Aires, una sede efectiva de poder,
un lugar privilegiado para desplegar su acción material y simbólica a la que,
en efecto, dio vastos alcances. A partir de la federalización, el Estado
nacional se ‘engrandece’ a sí mismo. Construye los grandes edificios públicos
para los principales organismos estatales y estabiliza los símbolos de su
autoridad y poder” (“Estado y Administración pública en la Argentina” de Daniel
Campione y Miguel Mazzeo).
Se
da entonces, con claridad meridiana la constitución de un sistema en el cual, a
decir de Pierre Bourdieu, “el Estado moldea las estructuras mentales e impone
principios de visión y de división comunes, formas de pensamiento...”. El
Estado, pues, como lo que es: órgano de represión de una clase por otra.
La
oligarquía argentina que “tenía olor a bosta” era capaz de engordar como sus
vacas sin mayor esfuerzo y sin capacidad de transformarse en una clase nacional
librada ya de los últimos caudillos del interior. “En pagar los intereses de su
valor total de 80 millones se va hoy la mitad de lo que produce el erario
público” escribía Alberdi en 1874. En 1885 se debía al extranjero 149 millones
de pesos oro. Cuarenta de cada cien pesos que el país obtiene por sus
exportaciones se destinan a pagar los intereses y ganancias de las inversiones
extranjeras. Gobierno y oposición se disputan el poder atacándose mutuamente
pero al llegar al gobierno realizan la misma política . Como señala el
mencionado Milcíades Peña “ los partidos políticos buscan el triunfo electoral
y el Estado como negocio, como un medio
de vida para sus clientelas”, un hecho que se reproduce a lo largo de la
historia política nacional.
Hacia
1880 queda definitivamente constituida la Nación Argentina.
Buenos Aires es oficialmente la capital. El objetivo de sus creadores no es la unidad nacional, la distribución de
la tierra y la riqueza, la creación de industrias, sino la comercialización de
mercadería. Ciudad puerto, como en tiempos de la colonia española pero ahora en
otra etapa histórica. Había que encontrar trabajadores para el campo, crear el
“granero del mundo” de acuerdo a la ley
de distribución de roles económicos para los que ahora se denominan
“países dependientes”. Entonces instalan el slogan “gobernar es poblar”. Y se
produce el aluvión inmigratorio al que tiempo después Juan Sebastián Tallon
denominaría “el turbión”. Pero esa es otra historia. Una nueva cultura se
incorpora para definir aquello de que “los argentinos venimos de los barcos”.
Por eso, también, si la historia la escriben los vencedores (es decir los
liberales) eso quiere decir que hay otra historia. Habrá que escribirla. Lo
intentaremos con respecto al tango que precisamente comienza a gestarse con el
nacimiento de Buenos Aires como capital de la República. Por eso
mismo se transforma en la ciudad del tango. Un tango alegre, dicharachero,
festivo en medio de la fiesta oligárquica que alcanza su apogeo para las
celebraciones del centenario. Un autor —Pascual Contursi— y un cantor —Carlos
Gardel— les amargaría la vida con “Mi noche triste”. Nacido como “Lita” en 1915
y con letra registrada el 21 de febrero de 1918, “Mi noche triste” es incluido
el 26 de abril de ese año en la obra teatral del autor anarquista José González
Castillo “Los dientes del perro”. La interpretación corre por cuenta de la
orquesta de Roberto Firpo ( responsable de darle forma definitiva a la tan
mentada obra del uruguayo Gerardo Matos Rodríguez “La cumparsita”, nacida como marchita
carnestolenda), y cantado por la actriz Margarita Poli. Tango que había sido
grabado un año antes por quien sería con el tiempo “el mudo”, “el zorzal
criollo”, “el morocho del Abasto”, “el francesito” Carlos Gardel , mito
argentino declarado fundador del tango canción. (1)
De
todas maneras lo que interesa para nuestra tesis es que el tango comenzaba a
marcar una tendencia, ser la musa del desencanto. Poco a poco fue dejando de
lado lo picaresco y el bandoneón acentuó su tristeza, que se dio junto al
desencanto de los inmigrantes y sus hijos por las falsas promesas de felicidad
y bienestar, el fraude electoral, en negociado de los políticos corruptos, el
enriquecimiento desmedido de la oligarquía y los manipuladores financieros, la
falsedad constitucional que expresaba la
decisión de “promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la
libertad para nosotros para nuestra
posteridad, y para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo
argentino...”. Y el tango de los inicios
del siglo XX se hizo representativo de la cultura popular de los arrabales,
ignorado, subestimado y vilipendidado
por la élite, salvo cuando triunfa en Europa y es aceptado por el Papa tras una
típica picardía argentina: Casimiro Aín, un bailarín conocido como “el vasco” o
“el lecherito”, hace una demostración en el Vaticano dejando de lado todo tipo
de “firulete” o paso que fuera considerado “indecente” por su santidad. El
“cocoliche” lingüístico del inmigrante italiano le aporta el lunfardo ( que
recibe además influencia de términos de otras latitudes y aborígenes) y en lo
artístico - plástico el fileteado, arte en movimiento en tanto y en cuanto se
aplica a los carros ( y luego salta al camión y el colectivo). Sus primeros
cultores fueron también italianos. El fracaso, el desencanto, lo expresarían a
su vez los dos hijos de un inmigrante italiano, músico sin reconocimiento,
hombre frustrado que fallece joven, Santo Discépolo: Armando como dramaturgo,
creador del grotesco, y Enrique, autor,
compositor, máximo exponente del tango como fracaso de vivir, de la frustración
y el desencanto. Es obvio mencionar a “Cambalache” o precisamente a
“Desencanto” donde dice: “Que desencanto tan hondo/ que desconsuelo brutal” o
“Tormenta” donde desgrana su amargura con “Yo siento que mi fe se tambalea/ que
la gente mala vive—Dios—/ mejor que yo”. Cátulo Castillo lo refuerza con este
verso feroz: “ni el tiro del final te va a salir”. ¿Hay un fracaso mayor?
Habrá
que hablar entonces de la inmigración. Será
nuestro próximo objetivo para ir perfilando este intento de esbozar un
relato que permita comprender al tango y por ende comprendernos.
(1)
En el sólido y documentado
libro “El tango en la sociedad porteña” de Hugo Lamas y Enrique Binda recuerdan
estos datos aclarando que a lo sumo “Mi noche triste” fue el primer tango grabado
conteniendo una letra quejosa, de lamento y nostalgiosa con “argumento”. Y
recuerdan que existían otros que no
tuvieron la misma suerte. Fueron ellos “Flor de fango”, “De vuelta al bulín,
“Ivette, “Muñequita”, “Carne de cabaret, “Pobre paica” y “Milonguita”, llevados
al disco un tiempo después. Según Oscar
Del Priore en su libro “Cien tangos fundamentales “, Gardel estrenó este tango
con letra de Pascual Contursi en el Teatro Empire, de Corrientes y Maipú, entre
el 31 de julio y el 3 de setiembre de 1917, recordando la existencia de otras
versiones —en materia de tango hay mucha superchería precisamente por la
carencia de documentación y demasiado recuerdo expresado verbalmente—que
señalan como lugar de estreno el teatro Urquiza de Montevideo a principios de
1917 (Víctor Soliño) y en el Esmeralda —luego Maipo—de Buenos Aires (José
Razzano)
EL
INMIGRANTE EN LA BUSQUEDA
DE LA
TIERRA PROMETIDA
“Con el codo en la mesa mugrienta
y la vista clavada en el
suelo,
piensa el tano Domingo Polenta
en el drama de su inmigración”.
Nicolás
Olivari
En
“La violeta”, tango de 1929, queda patentizado el tema que estamos exponiendo:
“Canzoneta del pago lejano/ que idealiza la sucia taberna/ y que brilla en los
ojos del tano/ con la perla de algún lagrimón.../ La aprendió cuando vino con
otros/ encerrado en la panza de un buque,/ y es con ella que, haciendo
batuque,/ se consuela su desilusión”. No es la única obra poética que haya sido musicalizada en tiempo de tango.
Es larguísima la lista de temas que incluyen al inmigrante, en especial al
italiano. Entre otras podemos mencionar “La cabeza del italiano”, “Tinta roja”,
“Giuseppe el zapatero”, “Padrino pelao”, “Canzoneta”, “Papá calabrés”, “Oro
muerto”, “Canción del inmigrante”, “Domani”, “Ragazzina”, “Cafetín”.
La Argentina es el segundo país italiano, ha dicho alguien. La mayor corriente
inmigratoria desde Italia se produce entre 1880 y 1914, es decir en la etapa de
creación y definición del tango como tal. Entre esos años llegan al país 2.220.326 italianos. Tras la
finalización de la
Primera Guerra Mundial, entre 1920 y 1919 llegaron otros
532.000 italianos. La tercera etapa inmigratoria se produce entre 1947 y 1957
con el arribo de 630.000 ciudadanos de ese origen. Ya el censo de 1887 sobre un
total de poco más de 400.000 habitantes en Buenos Aires, 204.000 eran
argentinos, no pocos hijos de italianos y 138.000 eran italianos mientras que
los españoles no llegaban a 40.000. Otro dato de interés: entre 1895 y 1903
nacieron algo más de 99.000 niños, todos
hijos de italianos. No es casual entonces que
Reynaldo Yiso y Santos Lipesker, realicen en 1948 el tango “Una carta
para Italia”, donde el joven inmigrante le escribe a su “mamma” lo bien que la
pasa en la Argentina,
lejos de la posibilidad de una guerra. Lo grabó la orquesta de Francini-Pontier
con la voz de Roberto Rufino (24/3/48).
UNA
HISTORIA DEL BANDONEON
“Fraile mistongo que das en el ocaso
tu rante misa de trágico
arremango,
batiendo el justo de un amor que se fue al mazo...
Tenés tristeza, tenés, de último abrazo,
Cuando, cabrero y
total, te vas de tango”.
Horacio Ferrer
Bandoneón
arrabalero, viejo fueye desinflado... Fueye y fuelle, indistintamente. De la misma
manera que jaula, oruga, gusano, pulmón, bandola, de la que deriva bandoleón; y
de fueye viene fueyero, su ejecutante, dado que el intérprete no es sólo
bandoneonista.
Aparentemente
bandoneón viene de akkordeon, de lo cual devino band-onion y luego bandoleón,
bandolión, mandolión y mandoleón, hasta que finalmente recibió el nombre
definitivo, bandoneón, instrumento perteneciente a la categoría de los
aerófonos, junto a varios miembros que
lo antecedieron como el acordeón y el más directo que es la concertina, según
dicen los hombres sabios que se han ocupado de investigar su origen. Claro que
nunca llegan a ponerse de acuerdo, como es habitual en las cosas del tango y
sus oscuros inicios de mezclas y fusiones. Para algunos el bandoneón lo inventó
un tal Heinrich Band, oriundo de Krefeld, Alemania. Para otros el tal Band solamente fue el comercializador
del instrumento, un instrumento que originariamente vendría de la China (¡ cuando no! Si tal
parece que los chinos inventaron todo, desde la imprenta y la pólvora hasta los
fideos, estos últimos llevados a Italia por Marco Polo).
La
cuestión es que, según parece, el “Cheng” era un instrumento musical chino de
700 años antes de la era cristiana, un aerófono de hasta 36 cañas desde el cual
se llega al acordeón y a la concertina. El paso siguiente sería el famoso
bandoneón, instrumento utilizado para conciertos religiosos en Alemania. Y
bien, algunos dicen que el tal Heinrich Band inventó este instrumento que era
fabricado por una cooperativa llamada Union y de allí, uniendo Band con Union
habría surgido el nombre. Pero no hay documento que lo pruebe, en cambio sí hay
documentos que indican la inexistencia de la cooperativa Union en Krefeld,
Alemania. Y, según parece, años antes un tal Zimmermann, de Sajonia, presentó
en París un instrumento de su creación basándose en la concertina de Carl
Friedich Uhlig y al cual denominó Carisferd Konzetina, siendo éste instrumento el que en Krefeld comenzó a
llamarse bandonion y que vendía el tal Band. Zimmerman emigró a los Estados
Unidos de Norteamérica donde vendió su
fábrica de instrumentos a Louis Arnold quien en 1864 funda la dinastía de
fabricantes de bandoneones y más tarde, ya en 1911, su hijo Alfred pone en
marcha la fábrica Alfred Arnold, productora de los famoso doble A. Como se
aprecia toda una misteriosa historia con características mitológicas que sirve, por supuesto, para
acrecentar la mitología del tango.
El
bandoneón fue el que le dio tristeza al tango. Bandoneón arrabalero, viejo fueye desinflado...conocido por los
músicos también como jaula, oruga,
gusano, pulmón, bandola, de la que deriva bandoleón; y de fueye viene fueyero,
su ejecutante.
Pero ¿quién trajo el bandoneón a las costas del Río de la Plata? La pregunta encierra
otra incógnita como para alimentar el mito, la leyenda. En 1937 Augusto Berto
afirmó, sin poder probarlo, que el introductor fue el inglés Tomás Moore.
Algunos aseguraron – también sin documentación– que había sido un brasileño de
nombre Bartolo, pero a su vez otros afirman que había sido un carrero
conocido como Pascualín y están los sostenedores de la teoría que asegura que fue un ignoto marinero alemán conocido como Hans.
Según
Vicente Jesualdo, el acordeón era conocido ya en la época de Rosas. “La Gaceta Mercantil”
del 6 de marzo de 1843 dice que entre los bienes del “prófugo salvaje unitario
Leandro Delgado se remataron una guitarra y una acordion”. El 6 de setiembre de
1856 el doctor Weinberg, dentista norteamericano radicado en Buenos Aires, es
mencionado por el diario “El Nacional” en un comentario en el cual se señala
que “en su simpática y dulce concertina hizo conocer al público porteño de
cuanto es capaz ese instrumento que en
Buenos Aires no se conocía”. También dice Jesualdo en su “Historia de la
música en la Argentina”
que, según algunas versiones, en 1865, Domingo Santa Cruz, padre, ejecutaba en
un bandoneón de “dos octavas”.
Otra leyenda asegura que el bandoneón apareció por estas
latitudes en los tiempos de la guerra contra el Paraguay, en cuyos campamentos
se lo oyó por primera vez. Esta teoría es apoyada por el investigador Jorge
Labraña basándose en cierta documentación de la cual saca algunas conjeturas y
por lo tanto no se termina comprobando la total legitimidad del planteo. Dice
Labraña que investigando la inmigración
suiza al sur de nuestro continente, se encontró con la trágica historia
del mayor Federico Bion, un militar que arriba en 1863 a la uruguaya Colonia
Suiza –actual Nueva Helvecia– con la idea de transformarse en agricultor, pero
termina enredándose con las tropas revolucionarias del general Venancio Flores
que intentaban derribar al presidente Atanasio de la Cruz Aguirre, y murió
fusilado el 9 de agosto de 1864.
Este mayor
suizo dejó un documento manuscrito en el cual se afirma que el 19 de diciembre
de 1862, día en que cruza el Ecuador, “un ciudadano de Sarganz, Schumacher de
apellido, viaja solo y hará venir luego a su numerosa familia. Herrero de
profesión, también quiere comprar una chacra. Verdadero temple montañés, algo
rezongón, orgulloso de su ciudadanía de Sarganz, es nuestro bandoneonista”,
finaliza el escrito. Según Labraña esa sería hasta ahora la más antigua mención
de la presencia de un bandoneón y su ejecutante en el Río de la Plata. Sin embargo
sobre este Schumacher se pierden los rastros luego de su desembarco en
Montevideo y allí entonces nuevamente las conjeturas: ¿ habrá sido en realidad
el famoso bandoneonista oído en los nocturnos fogones del ejército de la Triple Alianza?
Otra vez el misterio, el enigma
que ha llevado incluso al especialista Oscar Zucchi a escribir 10 tomos de una
historia que ha titulado “El tango, el bandoneón y sus intérpretes”.
Ya que hablamos de intérpretes.
Uno de ellos fue el gran Astor Piazzolla, compositor además de bellísimos temas
musicales como el dedicado a la memoria
de su padre , que titulara “Adiós Nonino” .
Entre los instrumentos típicos del tango desde sus primeros tiempos,
figuran la concertina, el acordeón y el bandoneón, pero es éste el que se
impone definitivamente. Hacia finales del siglo XIX el bandoneón ya estaba muy
difundido en los conjuntos populares y desde entonces es el principal
instrumento de la denominada “orquesta típica criolla”, el que le otorga su personalidad definitiva, el que se suma a
la tristeza del tango cuando en 1917 el morocho Carlos Gardel, con “Mi noche
triste” impone una nueva etapa que deja atrás la del tango alegre, picarón, de
doble sentido. Y aparece entonces la melancolía, el sollozo, la nostalgia, el
rezongo, que estarán presentes en tantas obras que se le dedicaron como los que
ya mencionamos más “Che, bandoneón” y “Quejas de bandoneón”. Además podemos
citar los casos de “Bandoneón arrabalero”, “Cuando tallan los recuerdos”,
“Pa’que te oigan bandoneón”, “Bando”, “Tristezas de un doble A”, “Bandola zurdo”, “Bandoneón melancólico”, “Mi loco bandoneón”,
“Fueyazo” y tantos otros. A punto tal que no hay tango sin bandoneón, no hay
bandoneón sin tango. Casi una liturgia canyengue, un rito sagrado que impone al
argentino el inmigrante más porteño que dio esta ciudad, el bandoneón, otro
porteño que bajó de los barcos definitivamente. Porque el ciudadano de nuestro
país es un bandoneón que se queja, gime, llora, se agranda pero llegado el
momento crucial arruga; aparece recio, prepotente, pero se esconde en su bulín,
la caja, y se llama a sosiego. Sin embargo se brinda siempre, suave, amoroso,
seductor y camelero. En especial cuando se va de milonga, tal como lo
remarcaron José María Contursi y
Pedro Laurenz en “Milonga de mis amores”.
Y bien, para concluir, o para ir
apretando el bandoneón, como dice David Viñas cada vez que pretende resumir una
idea, el bandoneón es un instrumento portátil de origen europeo que se
aquerenció en nuestro país y como el tango terminó siendo un símbolo ciudadano.
No fue un invento absoluto sino el perfeccionamiento de una familia de
instrumentos populares, entre ellos el acordeón, provisto de un fuelle y de un
pequeño teclado que abraza una extensión de cerca de tres octavas. Las
características diferenciales del
bandoneón son, en especial, su sonido y la conformación de su teclado. Su
sonido es diferente al de sus
antecesores ya que posee un timbre personal, una gran posibilidad expresiva. Su
teclado se presta a la realización de acordes muy amplios. Está provisto de un
fuelle y de dos pequeños teclados que abrazan una extensión de tres octavas, y
poco menos de tres octavas en escala
cromática, en la mano derecha e izquierda respectivamente. Los sonidos son
producidos por lengüetas de metal puestas en vibración debido a una corriente
de aire. En total el bandoneón tiene 71 teclas, 38 en la mano derecha y 33 en
la izquierda. Cada tecla emite dos sonidos: uno abriendo el instrumento, y otro
cerrando o sea, al dilatarse y al contraerse los fuelles. Esto es en la mayoría de las teclas, pues hay las que
conservan el mismo sonido tanto al abrir como al cerrar.
En los comienzos del tango los bandoneonistas eran los
que menos sabían de música, pero con el tiempo pasaron a ser los mejores
arregladores “quizás porque el bandoneón encierra una pequeña orquesta en sí
mismo”, sostiene Oscar Zucchi, su máximo historiador. Esa adaptación al
espíritu del tango se apoyó –según dicen los que saben–en la primaria
emotividad de su sonido. Hoy no se concibe la ejecución del tango sin el
bandoneón. Tanto que para muchos este instrumento tiene origen argentino. Es
que fueron los músicos argentinos los que otorgaron al bandoneón un respeto musical del que
carecía en su propia tierra de origen. Y en una corta etapa histórica logró no
sólo la adhesión de grandes músicos sino que éstos a su vez se transformaron en eruditos
instrumentales y en creadores de algunos
métodos de estudios escritos y editados en nuestro país.
¿Qué magia tiene este
instrumento musical? ¿Qué duende misterioso se esconde entre sus pliegues?
Difícil establecerlo, encontrar una razón estrictamente científica o racional.
Quizá podría decirse que se trata de un prodigioso fruto de la convergencia
entre el cerebro humano, las manos creativas del hombre y el corazón, símbolo
de humanidad, sentimiento, sangre creativa que hace extraer de cada instrumento
una original voz, un idioma propio, surgido de una personalidad dada. El bandoneón resulta ser
entonces una especie de espíritu misterioso que se transforma en carne y sangre
del tango y por ende representante de una ciudad y su gente combinación de
ruido, smog, mufa, patzía, espíritu gris, amargo, irónico, agresivo y sensible
a la vez, y asimismo melancólico, lloroso, apesadumbrado, “ave wagneriana” que,
al decir del poeta Horacio Ferrer, “extravió su pasaje de regreso porque intuía
que aquí, habría de nacer “Pichuco” Troilo”.
Como
señala Sergio Pujol, la alianza del tango con el bandoneón nace en un punto
enigmático de un pasado que quiere hacer historia. Una poco clara historia que
no ha logrado dilucidar en que momento y de que manera un grupo de músicos
mayoritariamente “orejeros” o intuitivos decidió, con la aprobación de la
sociedad rioplatense, adueñarse del mismo y hacerlo símbolo. Por eso mismo
creación colectiva como el tango, de mi ciudad y mi gente...
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