Por Ricardo Horvath
Me he quejado de lo problemático eso de ser
periodista, incluso cuestionando a Gabriel García Márquez. Ahora me meto con
eso de ser escritor. ¿Qué corno es ser escritor? ¿Por qué me dicen escritor,
porque escribí 15 libros y tenga varios a punto de ser editados? ¿Eso es ser
escritor? No me convence, me sigo creyendo periodista. Porque llegar a escribir
varios libros suele ser una simple casualidad. Así al menos lo marca mi
experiencia personal. A punto tal, que mis primeros libros fueron escritos con
seudónimo para no pasar papelones (y para colmo el seudónimo era el que usaba
en la clandestinidad en tanta publicación “subversiva” o en la que era
necesario disimular). Les dejo un ejemplo clásico de las patronales, en
especial durante las dictaduras donde era imposible reclamar la aplicación del
estatuto del periodista. En editorial Perfil te exigían exclusividad y más de 8
horas diarias. Ocurre que yo no quería
dejar de escribir críticas mediáticas y por eso usaba el Ricardo Montenegro en Medios
y comunicación que dirigía Raúl Barreiros durante la dictadura.
Juan Sasturain suele escribir interesantes
contratapas en Página/12. Me gustó lo que dice el 17 de febrero de 2014
en la nota titulada Desenfundar la Remington (aunque yo prefiera la
Olivetti): “Un hombre se mide también por el tamaño de sus derrotas, por la
altura de la que cae, por su manera de
dar la cara hasta el final”. Entre Juan Monasterio y María Angélica Cabrera me
apretaron y convencieron que debía seguir poniendo la cara y aparecer,
entonces, en este libro jetón inventado por la moderna tecnología. Las caídas
las tengo presentes, lo que me preocupa es que por más que rebusque en mi
mente, lo que no me aparecen son las cagadas que habré hecho en este oficio de
escribir, de ser periodista. ¿Tendré que
ir a un sicólogo?
Recurrí al diccionario y perdí. Escritor es
la persona que escribe, autor de obras escritas o impresas. Escrito es la obra
o composición científica o literaria. Escritura es el sistema de comunicación
basado en signos gráficos convencionales. Autor es el que es causa de alguna
cosa o la inventa, creador, inventor; persona que ha hecho alguna obra
científica, literaria o artística (aunque lo mío son obras periodísticas, digo
nomás).
En la Asociación Cristiana de Jóvenes presentando, con un calificado panel y músicos de tango, el libro Café, bar, billares.
Pero sigamos: literato aplícase a la persona
versada en literatura y a quien profesa o cultiva; literatura es el arte que
toma el lenguaje como medio exclusivo de expresión y crea con él textos regidos
por una lógica propia. Finalmente “estaba escrito”: así lo tenía dispuesto la
providencia, pero no soy creyente ¿o simplemente un negado?
Rebuscando en la memoria me encuentro con que
era un mal estudiante de matemáticas, pero muy interesado en historia y
literatura. Por suerte tuve buenos profesores en las dos materias. Recuerdo que
el profe de literatura recomendó que leyéramos un determinado libro. No era
habitual en casa tener libros. Cuando planteé la cosas, me dieron el dinero para la compra y la vieja en un rapto
insólito comentó: “el nene quiere ser escritor”. Ni me había pasado por la
cabeza, ¿una premonición de mi querida viejita?
La cuestión es que mis tres primeros libros
(con seudónimo) fueron meras casualidades y, sin querer, me hice escritor entre
1976/77. La cuestión fue así: en 1971 entré a Canal 9 para hacer un programa de
chimentos, que luego haría famoso al uruguayo Lucho Avilés, y hoy es parte
fundamental de la pedorra TV nacional.
Pero en la prueba Alejandro Romay pretendió que me operara la nariz y
cambiara toda mi dentadura. Lo mandé al carajo, pero mi amigo Julio Picos, a la
sazón director artístico de la emisora, me dijo que Blackie volvía a la
televisión después de una larga enfermedad, y me señaló como su posible
colaborador en la producción de lo que sería el exitoso Derecho a réplica,
título obviamente propiedad de Romay como todo lo que ocurría en el canal.
Conmigo ingresó otro zurdito, Roberto García, que luego sería director de Ámbito
financiero (más conocido como “ámbito filibustero”) y gran rival de Menem
en eso de jugar al tenis (donde, obviamente, debía dejarse ganar).
Pero sigamos con lo nuestro. Como buenos
viejos vagos periodistas, le sugerimos a Paloma que en lugar de tener un panel
de actores y actrices mediocres que no sabían preguntar y a las cuales, por
ende, debíamos prepararles la preguntas, era preferible tener a un grupo de
auténticos periodistas. Le pareció buena la idea, y nosotros aliviamos nuestro
laburo pero, además, le dimos un
denominado “chivo” a nuestros colegas. Se sabe que en TV la cuestión es circular permanentemente
por los pasillos, con un papel en la mano, para que los directivos consideren
“cómo trabajan estos muchachos”. Esa era nuestra labor que nos permitía otras
actividades.
El programa fue un éxito también producto de
las cabronadas que hacíamos García y yo. Cuando estuvo de invitado el canalla
capitán Francisco Manrique (el inventor del PRODE), la cosa no comenzó muy
bien. García se encargó de reprender a los panelistas (“cómo todavía no lo
acusaron de ser el responsable de la invasión yanqui a República Dominicana”),
mientras que yo, por lo bajo, le decía al milico: “no se deje intimidar por
estos tipos”. Segundo bloque, de entrada –si no recuerdo mal fue el gordo
Roseglione- que blandiendo siempre un lápiz acusador que usaba como arma, le
mandó una diatriba. Manrique se levantó de la silla y le gritó: “¿qué es esto?
¿porqué no me preguntan también si soy marica?”. Gran despelote para esa época. Al día siguiente, cuando en mi
fitito la llevaba a Blackie al canal, ella, que era muy inteligente, me dijo:
“si el portero nos recibe con una
reverencia es que hicimos como 40 puntos”. Efectivamente en la portería el
alcahuete le dijo: “Paloma, el señor Romay la está esperando en su despacho”.
Apenas entramos, el dueño gritó de alegría: “Señora de la televisión, matamos”.
De inmediato se dirigió a una inmensa Biblia que tenía sobre una mesa ratona,
abrió en una página cualquiera y sin mirar señaló con su dedo índice una frase.
Leyó y dijo: “las santos evangelios están con nosotros”. Así se manejaba la TV
en tiempos de inocencia, ni intenten pensar como es en esta etapa de los grande
grupos mediáticos, con dueños imprecisos, asociados a grupos extranjeros, y
nuestros burgueses prebendarios que se llevan los dólares a los paraísos
fiscales. Y con la moderna tecnología en su poder. Les recomiendo la lectura de
Medios, poder y contrapoder de Dénis de Moraes, Ignacio Ramonet y
Pascual Serrano para evitarme la tarea de
reproducir algunos de los jugosos comentarios.
Ahora debo volver a mis libros. En los años
‘70 el joven intelectual, por entonces peroncho-desarrollista, Rodolfo
Terragno, creador de la revista Cuestionario,
con su socio Miguel Angel Diez, adquirieron la editorial del fundido Felix Luna: Todo es historia.
Luna quedó como el director jetón, dado su prestigio. A mi me pusieron como
secretario de redacción cargo que rechacé por modestia, me parecía una
exageración y figuré como coordinador gráfico y periodístico. Diez era muy
hábil y para levantar la empresa inventó una serie de libros de carácter
popular. Ahí aparezco yo que era una especie de comodín, un pibe con ganas.
Diez lanza la colección de libros de Todo es historia, para lo cual toma
viejas notas realizadas por los habituales colaboradores. Así nace Los
manosantas, con trabajos de Fermín Chaves y Andrea Maurizi. No alcanzaba
para un libro y me pide otro trabajo que
titulo Nuevos credos y modernos sacerdotes. Y aparecí como escritor. Era
el año 1977. Antes había hecho dos trabajos con seudónimo para una editorial
paralela que creó Diez con una revista amarillista a la que tituló Nuevo
folletín. Fueron ellos Ringo toda su vida, aprovechando el asesinato
en un burdel de Estados Unidos del mediático boxeador Ringo Bonavena, y de
inmediato, en ese mismo año 1976, Mito y leyenda de Los Beatles,
aprovechando la desintegración del famoso grupo musical. En ese caso usé el seudónimo de Alastair
Syms, apropiado apellido gringo para suponer que se trataba de un conocedor del
tema. En realidad, ese nombre lo había inventado mi amigo Gedalio Tarasow,
cuando entramos en Canal TV y nos mandamos la parte de que teníamos un
corresponsal en USA. ¡Que par de chantas¡. Y Vigil se comió la píldora.
Con Susana Rinaldi en la presentación de Memorias y recuerdos de Blackie.
Pero no nos vayamos de la historia central.
Me sentí escritor (con presentación pública del libro) cuando hice Memorias
y recuerdos de Blackie. Había trabajado con ella hasta su muerte en 1977 y
me había pegado duro en el corazón. Presenté el proyecto y lo aprobaron ahora
con el sello de Todo es historia y se editó en 1979. Por ese entonces el
nuevo dueño de la editorial era Moisés Konstantinovky, más conocido como Emilio
Perina (el mismo que con Frondizi había clausurado a Radio Rivadavia). Terragno
y Diez huyeron del país para trabajar en Venezuela para...¡Carlos Andrés Pérez!
En fin... Seré breve: Terragno negoció con el capitán Carpintero (un
dictadorzuelo que se ocupaba de la censura de prensa) su salida tranquila.
Cargó todos su bártulos en un barco y chau. Es que Carpintero exigía a todos
los medios que con la debida antelación entregaran sus originales para que él
determinara que se podía publicar y que no. ¿Ustedes recuerdan que Clarín y La Nación hubieran protestado? Eran
tiempos en que se tejía el negociado de Papel Prensa.
Con respecto a Memoria y recuerdos de
Blackie tuve una agradable sorpresa cuando me llama en 2013 el documentalista
Alberto Ponce:
-Quiero hacer una película basada en tu
libro.
-Está bien, hacela.
-No, yo te llamo por los derechos de autor.
-¿De qué derechos me hablás? Para mí cuando
alguien compra mi libro pasa a ser el dueño del mismo...
-Es tu criterio, pero hay cuestiones legales
que debemos cumplimentar...
-Bueno pero te encargás vos, no quiero entrar
en burocracias de ese tipo.
Poce
hizo todos los trámites y debí ir a Agentores a firmar la autorización.
El tipo hizo un documental fenomenal,
debo reconocer.
No recuerdo como, en 1981 aparecí en la
editorial de Boris Spivacow, el inteligente creador del Centro Editor de
América Latina, y con la democracia de la Editorial de la Universidad de Buenos
Aires (un verdadero capo). Ahí realicé, para la colección La vida de nuestro
pueblo dos trabajitos: Los rockeros y Las bataclanas. ¿Libros o
investigaciones periodísticas? Me sigo preguntando.
¿Vale la pena contar estas historia
personales? Siempre me cuestiono. Desde tiempos remotos nos llega la palabra de
Platón cuando señala que debemos estudiar al hombre, no en su vida individual,
sino en su vida social y política. Y yo andaba en eso cuando me vinculo con
Rafael Cedeño, un pequeño editor que a su vez me hace contacto con un tipazo
increíble: Jorge Brandi, propietario de la librería Ixtlán. Ambos crean Ediciones Unidad y aceptan mi libro La
trama secreta de la radiodifusión argentina. Ese trabajo pasa a ser
bibliografía de las facultades de comunicación, a punto tal que a la primera
edición de 1986 le siguen las reeditadas en 1987 y 1992, todas agotadas (hay
algunos ejemplares usados que se ofrecen por Internet, ese infierno que no
logro descifrar). El libro aporta una bibliografía importante y planteamos la
urgente necesidad de la sanción de una nueva Ley de Radiodifusión. De inmediato
lanzamos Los medios en la neocolonización (1988 y segunda edición en 1992).
En 1985 fui designado por la dirección de
Belgrano a cubrir el encuentro internacional promovido por Fidel Castro, para
debatir la cuestión de la deuda externa. Mi primer viaje a Cuba me dio vuelta
la cabeza como una media. Me encontré con un mundo distinto y muy loco: me hice
amigo de muchos periodistas y me invitaron a cubrir el festival internacional
de cine. Y así durante varios años que aproveché para meterme de lleno en la
sociedad cubana, que en los ’80 era una fiesta permanente. Entonces Brandi me
presiona para que escriba un libro que titulé Cuba la oculta (1987),
que al año siguiente tuvo edición cubana por parte de la Unión de Periodista de
ese país. Me pagaron derechos de autor en pesos cubanos, que rechacé donándolos
al sindicato, pero los cubanos son cabeza dura y no aceptaron. Aproveché,
entonces, para dedicarme a hacer vida bacana para poder gastar tanta plata
junta que no me serviría en mi país.
Repito, todas casualidades vinculadas a la
vida social y política que me interesaba. Por eso, quizás, aparece en mi vida
Ediciones Letra buena que en 1994 me edita ¿Qué hacer con la radio? con
la intención de copiar a Lenin (¿mucho no?).
En eso de ir y venir de un lado para otro,
producto de ser un free lance (una especie de buscador libre), aparezco
en el Centro Cultural de la Cooperación gracias a Floreal Gorini, con quien
había colaborado en su etapa de diputado. Manejé el departamento “La ciudad del
tango”, enfrentado a mucho mediocre que se ocupaba de trabar cualquier
iniciativa. Por orden terminante de Gorini se editó para Ediciones Desde la Gente, el libro escrito a
cuatro manos con Norberto Folino: Café,bar,billares (agosto de
1999). Allí mismo en mayo de 2003 me editan Revolución y periodismo. Esa
vez sí que me sentí importante: el prólogo lo escribió Osvaldo Bayer. Y ahí me reconcilié con García
Márquez a propósito de su frase: “Los libros son más peligrosos que quienes los
escribe”. Y debo brindar un reconocimiento a Floreal Gorini que me adoptó como
una especie de hijo, al que además consultaba. Murió Gorini y me tuve que ir de
esa cueva de mediocres.
A todo esto seguía saltando de radio en radio
con Café,bar,billares hasta que un día me llama Hebe de Bonafini y me
dice que quería que hiciera el programa en la emisora que las Madres de Plaza
de Mayo habían creado. Otra vez un premio.
Estamos en el año 2006 y embalado con el
tango (yo ya había escrito una extensa nota en el periódico de las Madres) y
habiendo escrito varios prólogos a diversas publicaciones en el Centro Cultural
de la Cooperación, se me metió en la cabeza polemizar con viejos (de edad y de
mente) tangueros que ocultaban la verdadera historia del tango. Entre ellos el
nazi (columnista en la TV de la dictadura José Gobello). Gobelo, patrón de la
autodenominada Academia del Lunfardo, como para justificarse y decir que tenía
un amigo judío, le regala al cantor Walter Yonsky la partitura del tango de Villoldo Matufias o el arte de vivir.
Cuando escucho la grabación de ese tema de 1907 siento que mi teoría en torno a
que el tango fue rebelde queda certificada. A ello debo agregar una
investigación que realizo en la FLA (Federación Libertaria Argentina) donde me
facilitan la versión grabada de La crisis del otro padre del tango
Alfredo Gobbi, obra también de 1907. De ahí en más le meto para adelante y
gracias a mi amiga Silvia Licht, quien se ocupa de presentar la obra al
propietario de Editorial Biblos, sale a la luz Esos malditos tangos, con
otro lujito: el prólogo de Norberto
Galasso.
Con las Madres de Plaza de Mayo en la bodega del café Tortoni, presentando La trama secreta de la radiodifusión Argentina.
Hay otra historia que marca la dificultad de
ser editado. En los inicios de la década del ’90 y gracias al programa radial Protagonistas,
ya había logrado un cierto “prestigio” y se me da por llevarle un proyecto a
Jorge Gurbanov, propietario de Editorial Continente, que había crecido con la
compra del fondo editorial de Arturo Peña Lillo. Llevo Che para jóvenes
obra a la cual se me ocurrió incorporar dos elementos renovadores. Explico: una
historieta de mi amigo Gerardo Canelo, una verdadera joyita en la materia, y
una grabación de una entrevista radial a Alberto Granado, el compañero de
aventuras de Ernesto Guevara por
América, para incorporar como disco compacto. Se asustó y comenzó a dar vueltas
con los costos, algo propio de nuestra burguesía “progresista”. Así que me fui
con el disco a otra parte y Continente se perdió la oportunidad de ser pionera
en la materia, ya que comenzaron a aparecer libros con discos CD.
Pasaron los años y también por esas
casualidades de la vida, me vinculo a un grupo de jóvenes “zurditos” que
manejan una pequeña editorial hasta con imprenta propia. Les interesa el
proyecto pero otra vez surgen los inconvenientes: el costo del disco y como era
posible que entrara una historieta dentro del libro. Hablé con mi amigo Canelo
quien les dio una lección gráfica de cómo solucionar ese problema. Pero quedaba
lo del CD. Me convencieron que el
reportaje lo iban a “colgar” en Internet. Dado que ya estaba muy viejo para
seguir puteando, acepté la cuestión. Además porque quería que el libro viera la
luz en esta etapa histórica de nuestra
patria, donde los jóvenes se lanzaron a la militancia política.
Apareció otro debate cuando debí suprimir,
por una cuestión de cantidad de páginas, una enorme bibliografía que tenía por
mi fanatismo hacia el Che, y también una filmografía. Por fin parecía que el
libro saldría por Acercándonos, editorial en la que no tienen la mínima noción
de lo que se trata del marketing en la sociedad capitalista. Ahí me puse
los pantalones de batalla e impuse la tapa y a Rubén Drí en el prólogo. Para
mostrarse originales, los muchachos me pidieron que agregara una novedad: “una
nota introductoria”. Otra vez tuve que recurrir a Norberto Galasso, un amigo
fuera de serie y además, como yo, sufrido hincha del ciclón de Boedo.
Por fin, en noviembre de 2013 salió a la
calle este libro en el que intento reflejar la otra faceta del Che: ser un
hombre integral. Precisamente en la lengua de los pueblos originarios, che
significa hombre.
Y así concluye esta cuestión polémica de ser
escritor. Me quedan pendientes dos libros que espero puedan salir en este 2014:
Sobre la radio, un profundo debate sobre el medio y
Café, bar, billares II, a cuatro manos con Norberto Folino. Mi opinión,
que no puede ser objetiva, es que este libro es una joyita de la memoria
popular del siglo XX.
Al finalizar estas
confesiones a que nos obliga el famoso facebook, me encuentro con una sorpresa: en la edición del 2 de marzo del
diario Tiempo Argentino, se publica un interesante artículo que firma Juan Diego
Incardona referida al gran escritor y patriota José Martí. En el cierre
de la nota se expresa: “Para Martí, en cambio, el escritor debe asumir una
posición de intervención sobre esa realidad que otros sólo contemplan. Pero
para que esa intervención, acción, del escritor sea posible, primero es
necesario conocer a fondo esa realidad. Escribe Martí: ‘El premio de los
certámenes no ha de ser para la mejor oda, sino para el mejor estudio de los
factores del país en que se vive’. Por último y en clara alusión a muchos de
sus contemporáneos escritores afirma: ‘Nuestra Grecia es preferible a la Grecia
que no es nuestra’”.
¿Será entonces
cierto que puedo sentirme escritor?
Pero no puedo
negar que, en definitiva, soy un animal periodístico. Una raza en extinción.
Con Jorge Cané, el
último de los grandes directores de radio, en la presentación de ¿Qué hacer con
la radio?
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